Hablar de Japón es hablar de uno de los países con mayor tradición mitológica, un país de escasos 378.000 km2 repartidos en 6852 islas, siendo solo cuatro las principales islas habitadas: Hokkaido, Honshú (cuya antigua capital fue Kyoto y que actualmente es Tokio), Shikoku y Kyushu, cuatro islas que vendrían a ser el 75% de la superficie de España y donde viven 128 millones de habitantes. Y además, ¡son la tercera potencia mundial! Vaya, un pequeño país pero matón que se dice en nuestra tierra…
Japón, Nihon o Nippon, su verdadero nombre en japonés, que significa `tierra del origen del sol’ o ‘tierra del sol naciente’, un bellísimo nombre para un bellísimo país donde el culto a la naturaleza es una de sus principales características. No en vano, cuentan con numerosas montañas de más de 3000 metros, entre ellas el famoso monte Fujiyama, con una altura de 3700 metros, y con más de cien volcanes repartidos por todas las islas. Y seguro que también lo asociáis a los “sakuras”, los delicados cerezos que son todo un espectáculo para los sentidos cuando florecen, llenando el paisaje de suaves y dulces tonalidades rosas y que celebran con la fiesta del “Ohanami” cada primavera.
Desde Sabadell, se ha realizado la conferencia Mitología de Japón, en dos viernes consecutivos y a cargo de Pilar L. Peña, directora de la sede de Sabadell, ingeniera y filósofa. La conferenciante nos ha dado un enfoque antropológico a través del alma de Japón, que se recoge en sus mitos.
El alma de Japón es el alma de la naturaleza. Esta se refleja en sus maravillosos paisajes exuberantes, en los que los japoneses sienten una gran unión espiritual con la naturaleza, una gran elevación humana al estar en contacto con ella y con sus “Torii”, repartidos por todo el país y muy queridos, que están asociados a un lugar sagrado, un lugar puro y bello, siendo además el símbolo del sintoísmo. Los Toriis son arcos o puertas de entrada que marcan la línea divisoria entre el espacio de lo profano y de lo sagrado, son símbolos de prosperidad, buena suerte y esperanza, además de alejar a los malos espíritus. Curiosamente, estos pórticos han llegado a aguantar grandes desastres naturales, como los constantes tifones que allí sufren, o el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki en 1945; y aun así quedaron en pie milagrosamente, rodeados de destrucción y desolación. El Torii de Miyajima, uno de los más famosos, está en medio el mar y tiene casi 600 años de antigüedad, mide casi 17 metros de alto y pesa 60 toneladas. Parece que tengan una especie de protección que los hace permanecer en pie, por lo que para los japoneses ha pasado a formar parte del espíritu de esperanza de los supervivientes; muchos se han conservado como símbolo de resistencia, paz y esperanza desde el desastre. ¡Y solo están hechos de madera del alcanforero!
Siguiendo con la mitología de Japón, no podemos dejar de recalcar los dos textos fundacionales mitológicos de Japón: el primero es el Kojiki, antiguo libro que recoge las crónicas de los hechos antiguos de Japón y que fue presentado en el año 712, tras una orden oficial de la Corte Imperial de Genmei. De él surgen los mitos más tradicionales y establece el camino para llegar posteriormente al Nihonshoki, el segundo libro, que relata la crónica de Japón y que está escrito en chino en el año 720; es gracias a estos dos libros, que relatan lo mismo, como conocemos este gran tesoro cultural japonés. Y no nos olvidemos del Shintoshu, que es donde se explican, desde una perspectiva budista, algunas deidades japonesas.
Y ahora, vamos a bucear un poco en esta magnífica mitología tan bien explicada por nuestra conferenciante.
El sintoísmo es la religión oficial de Japón; literalmente significa ‘camino de los dioses’, donde el emperador es el jefe de Estado del sintoísmo. Por el Kojiki, sabemos que Izanagi e Izanami fueron los creadores de las islas de Japón, que son los dioses “Kami”, que es la palabra que se utiliza para designar a un dios y que significa ‘lo brillante de las cosas’ o, literalmente, ‘seres colocados en lo alto’ que se manifiestan a través de las fuerzas de la naturaleza. Es una historia muy bella y conmovedora que nos relata cómo se hizo la creación del cielo y la tierra; sobre el momento del inicio del cielo y de la tierra, nos cuenta que hace miles de años no existía nada, tras lo que después se produjo una gran explosión que trajo consigo el sonido, un sonido tan fuerte que movió todas las partículas, pero como la luz era más rápida, esta ascendió hasta arriba del universo formándose así las nubes, el cielo y el sol, mientras que a la vez las partículas de materia se asentaban hasta abajo mismo formando la tierra… De esta explosión surge el reino de los cielos o ‘la alta llanura del cielo’, llamado el “Takagamara”, y las siete divinidades llamadas en conjunto Kamiyonanayo, que eran las deidades celestiales.
Y entonces empieza la creación de Japón, tarea para la que crearon a Izanagi (primer hombre), hombre muy apuesto que representa la espada e Izanami (primera mujer), mujer muy hermosa que representa el crisantemo; son los llamados dioses de la creación. Los dos bajaron por el puente del cielo (el arco iris) y, con una lanza mágica que les dieron los Kamiyonanayo, mezclaron un poco el agua del mar, creando así una masa de tierra en medio del océano, la isla Ogonoro, y se asentaron allí. De su unión salieron los Kamis, espíritus de la naturaleza, como las montañas, volcanes, árboles, ríos, animales y los vientos. Sus hijos más destacados fueron Amaterasu, Kami del Sol, que nace del ojo izquierdo de su padre; Susano-wo, Kami del Viento del final del verano, del rayo, de las tormentas y del mar, que nace de la nariz; y Tsukuyomi, Kami de la Luna, que nace del ojo derecho.
Los japoneses son unos grandes amantes de la contemplación de la belleza, muy prácticos y activos, que buscan la intensidad y la perfección por encima de todo, tienen un animismo naturalista muy profundo, anteponiendo siempre el “Wa”, que es la armonía. Y como ya hemos visto en la conferencia, todos sus mitos son pura belleza y fuerza. Para ellos, lo bello es brillante, luminoso, perfectamente acabado. Un país y unos habitantes dignos de admiración por su excelencia en todo lo que hacen; no en vano, su gran virtud es desarrollar la fuerza interior humana.