De antiguas tradiciones orales nos llega lo poco que se conoce de la mitología celta, una cultura muy arraigada en la naturaleza como medio de vida libre y salvaje, que vivían en poblados con viviendas de madera, siendo los bosques sus templos.
Sabemos poco de ellos porque no tenían escritura. Y ahí empieza nuestra aventura… Olga Sala, cantante lírica y profesora de filosofía comparada de Oriente y Occidente en Nueva Acrópolis Sabadell, fue la conferenciante que nos deleitó y descubrió muchos de los misterios celtas el pasado viernes en la sede de Sabadell.
Partimos de la base de que los mitos son formas de explicar realidades psicológicas que, mediante los símbolos, nos hacen conectar con un estado de conciencia superior. Son relatos aparentemente “fantásticos”, generalmente indefinidos en el tiempo y en el espacio, y son protagonizados por personajes que no sabemos si existieron realmente o no, pero que, en realidad, nos hablan de temas universales, de realidades psicológicas de los seres humanos, aunque escondidas detrás de símbolos: nos hablan de amor, de heroísmo, de sabiduría, de inteligencia, de voluntad…
Históricamente, eran unos pueblos de origen indoeuropeo, que ocuparon la Europa central hacia el siglo IX a. C. De allí pasaron a las islas británicas y luego al norte de la península ibérica. Desaparecieron como pueblo hacia el siglo I d. C., en que quedaron romanizados, excepto en Irlanda, que es donde se ha conservado más de esta cultura.
Sus gentes eran fuertes, valientes, muy imaginativas (incluso rayando la fantasía) en sus formas de expresión artística; se sabe que incluso Alejandro Magno, en el año 335 a. C., firmó un pacto de amistad con ellos.
En comparación con sus contemporáneos grecorromanos eran extravagantes, por así decirlo. Eran grandes guerreros, excelentes orfebres y muy buenos comerciantes, pero tristemente, por no tener escritura propia, muchas de sus creencias se han perdido en los tiempos, dejándonos solo pequeños rastros. Su organización era tribal, sin una idea de Estado unificado, aunque compartían lenguas parecidas y las mismas creencias, alrededor de las cuales aparecieron sus mitos.
Les conocemos gracias a los bardos, antiguos poetas que transmitían de pueblo en pueblo de forma oral hazañas e historias, que se dedicaron a cantar sus gestas y fueron transmitiendo sus tradiciones, hasta que estos desaparecieron, y con ellos toda su cultura; por suerte, tenemos información por los romanos, los amanuenses cristianos de la época.
Los druidas eran la máxima autoridad de este pueblo y eran los conocedores de lo profundo, los sabios. Los celtas les tenían un gran respeto; de hecho, se podía llegar a tardar veinte años en ser druida. Su función era mediar con el pueblo y lo sagrado. Dominaban las leyes de la naturaleza y las comprendían, incluso interpretaban los signos divinos. Fue el emperador Tiberio quien disolvió el druidismo, y por ello, pasó a la clandestinidad hasta el s. XV. Tenemos constancia de edictos de esta época contra ellos donde queda reflejado este hecho.
Los celtas consideraban que todo tiene alma, vida, y por ello la naturaleza les era algo sagrado, era su templo. Todo lo hacían al aire libre y cerca del agua. Consideraban que los árboles y algunos animales eran sagrados, como el roble por ejemplo, o el ciervo, el toro, el oso o el caballo. Como valientes que eran, no temían a la muerte, creían en la reencarnación.
Tenemos algunas antiguas historias paganas y también leyendas medievales; valga como ejemplo la de Tristán e Isolda.
Lo que nos ha llegado sobre los mitos celtas es lo que recogieron los historiadores romanos, como Julio César, Lucano, Plinio el Viejo o Virgilio, y también los amanuenses, monjes medievales cristianos, descendientes de aquellos celtas antiguos, que recogieron algunas de estas tradiciones que les habían llegado oralmente y las pusieron por escrito, aunque en algunos casos, “convenientemente arregladas” según la moral de los nuevos tiempos.
Un tal Nennius recopiló en el siglo XI el Lebar Gebalao Libro de las invasiones. Se trata de la epopeya mítica de Irlanda, que explica que esta tierra estaba habitada por los fomorians, gigantes deformes, algunos sin brazos y otros con cabeza de animal, hijos de Domnu, dios del abismo y de la oscuridad. Estos gigantes fueron vencidos por los Tuatha de Dana, descendientes de la Diosa Madre Dana, seres de luz llegados de occidente.
De estos Tuatha de Dana salieron algunos de los dioses celtas, como Lug, el Señor de la Luz, Dagda, el Señor de la Sabiduría y de la Vida, o la diosa Eriu, que dio nombre a la tierra de Irlanda (Eireengaélico).
También tenemos a la diosa Macha, que maldijo a los hombres del Úlster porque no la habían querido ayudar ante una injusticia. Los condenó a sufrir cada nueve meses, durante cinco noches y cuatro días, dolores similares a los del parto, dejándolos inútiles para la guerra. Y de esta maldición solo se liberó Cuchulain, el gran héroe celta.
Cuchulaines denominado por algunos como el “Aquiles celta”. Como tantos héroes de la mitología, era hijo de un dios (Lug) y una mortal. Era fuerte y valiente, y estaba investido de poderes sobrenaturales facilitados por su maestra, la hechicera Scathach. Se vio obligado a luchar a solas contra un ejército que quería invadir el Úlster, puesto que los otros hombres estaban paralizados por la maldición de Macha, y solo pudo ser vencido mediante la magia. Desposeído de sus protecciones físicas y mágicas, luchó hasta el final “sin que su corazón desfalleciera en ningún momento”. Finalmente, fue herido en medio del pecho, y él, con sus últimas fuerzas, se ató con su propio cinturón a una columna para morir de pie. El mito de Cuchulaines el mito del héroe que se ha repetido a lo largo de todas las culturas de todos los tiempos: Gilgamesh en Mesopotamia, Aquiles, Perseo, Teseo y otros en Grecia, o, más próximos a nosotros en el tiempo, Luke Skywalker en La guerra de las galaxias, o Harry Potter. Todos ellos son personajes que han tenido que enfrentar duras pruebas usando su fuerza interior, su valor y su capacidad de amar.
También se habló del amor como gran fuerza cósmica que todo lo une, y que queda reflejado en uno de los mitos más bellos: el de Tristán e Isolda, que nos habla del encuentro del ser humano “material” (Tristán) con su propia alma inmortal (Isolda). Los dos se enamoran cuando beben un filtro de amor, que simboliza la toma de conciencia, de manera irremediable y eterna. Un ser humano que ha tomado conciencia de que es un alma rodeada de materia ya no puede volver atrás; no se puede dormir el alma que ha despertado realmente.
Al principio, la historia de amor es difícil. Tristán es herido varias veces por lanzas envenenadas, que simbolizan los deseos y las aversiones de la vida cotidiana, y tiene que ser curado por Isolda, su propia alma, que conoce el camino a seguir. Al final, Tristán muere a resultas de la última herida. Isolda, que ha llegado tarde, se acuesta a su lado y muere también. Tristán e Isolda, materia y alma unidas por un amor indisoluble, han transcendido la vida en este mundo.
Una bella historia donde el amor lucha contra todo tipo de obstáculos. Un drama psicológico que escapa a todo tipo de normas y sentidos morales, centrándose en los sentimientos de los protagonistas, ya que ella era una princesa irlandesa que se debía casar con el rey Marc, y él era sobrino y vasallo del rey. Richard Wagner hizo una ópera de esta historia de casi cuatro horas, que como no podía ser de otra manera, resultó ser de una grandísima exigencia tanto para los cantantes como para los oyentes. Una vuelta al romanticismo donde el ego desaparece para fundirse con el alma del mundo.
Y así se cerró esta interesante conferencia, donde pudimos aprender y conocer un poco más de esta cultura, impregnada con un halo romántico de olor a bosque y mar y envuelta en magia y poderes ocultos.