La poeta Magdalena Sánchez Blesa ha visitado el Centro Imaginalia de Alicante para presentar su último libro Ahora que soy arena.
—Me gusta recordarme que me quiero, al menos siete veces por semana—, fueron las palabras con las que comenzó su presentación.
Magdalena, nació en Puerto Lumbreras, Murcia, en 1970. Se inició en la poesía a la edad de ocho años tras la muerte repentina de su padre y escribió su primer poema en la panadería, mientras esperaba que saliese el pan porque quería consolar a su madre, que debía afrontar un duro camino de viuda con varios hijos. Luego, a los doce años se muda a Alhama de Murcia donde descubre que la poesía es lo único que le permite dar respuesta a las muchas preguntas que se hace sobre la vida. Oportunamente, Magdalena recita ¿Qué serás de pequeña?, de su primer libro Cosas de niña.
La velada transcurre entre la poesía y el relato de anécdotas de su vida. En ellas se funden ambas cosas porque Magdalena es poesía.
Su gran inspiración ha sido su madre, a quién dedicó el poema La madre, que escribió con diecinueve años, donde resuenan versos como: —Tú conseguiste ser, querida madre, esa mujer que yo hubiera querido. Sin embargo, hay una importante inquietud que la motiva; —¿qué puedo hacer yo por los demás?— se pregunta cuando escribe sobre gente con muchas fatigas y muchas penas. —Como lo estaba sufriendo en mis propias carnes, sabía que quería consolar a los que estaban más tristes—, nos confiesa.
Entre poema y poema, Magdalena nos va impregnando de sus experiencias y nos transmite gran sensibilidad, como la que percibimos cuando dedica Jóvenes de este mundo a Vela, una muchacha de diecisiete años que estaba entre el público. Luego otra chica, desde el patio de butacas, dedica una composición propia a Magdalena. A continuación, la poeta nos conmovió con su trabajo, La suegra, que recitó a Pura, nuestra voluntaria de mayor edad.
Disfrutamos de momentos divertidos en los que nos provocó la sonrisa como hizo con el poema que hace referencia a “las bondades” que se dicen del finado en su propio velatorio.
Y así, sin darnos cuenta, llegamos al final de la velada con una mujer culta, sensible, cercana, profunda, divertida, que va recorriendo el mundo y escuchando a las personas con sus problemas, tendiéndoles la mano y aliviándoles en su sufrimiento con la poesía. Magdalena comenta que no se considera creyente, pero si practicante. A los que disfrutamos de su presencia nos ha resultado difícil distinguir a la poeta de una gurú espiritual.
Concluye la presentación recitando su obra maestra Instrucciones a mis hijos, mientras da la mano a cada uno de los asistentes y agradece nuestra presencia. Nos ponemos en pie y aplaudimos generosamente con los ojos húmedos y el corazón tocado de amor.