Hemos viajado en el tiempo y el espacio para adentrarnos en la forma de vivir de los antiguos egipcios y conocer las líneas maestras que dibujaban la convivencia en el Egipto de los faraones.
Más allá de las dinastías históricas parece que existió un Egipto mucho más remoto en el tiempo y que llevó por nombre la Tierra de Kem. Está tierra floreció en los alrededores del gran Nilo que los antiguos habitantes del país del Kem consideraban sagrado.
Una civilización que duró miles de años hasta su romanización, debió tener unos principios de convivencia sólidos fundamentados en una ética trascendente que ellos plasmaban de la Vida metafísica. La política y la organización administrativa se basaban en modelos y arquetipos celestes que provenían de la sabiduría original de los Dioses.
El arquetipo por excelencia era el de la Justicia universal representado por la Diosa Maat, símbolo del orden, la armonía, la rectitud y la justicia. Egipto basaba su prosperidad y convivencia en paz en el establecimiento de Maat en todos los estratos sociales, desde el pueblo hasta el Faraón, quién sostenía con su ejemplo moral y sabiduría toda la estructura religiosa, política y social.
Si el espíritu de Maat no estaba presente, las normas morales se degradan y la sociedad se corrompe. De ahí la importancia del Faraón como gobernante sabio al servicio de Maat.
La búsqueda de la Verdad para cualquier egipcio es un deber moral en beneficio de la sociedad y se consigue a través de una educación basada en unos principios éticos elevados.
Es conocido el famoso grabado del juicio de Osiris, donde el corazón de un difunto es pesado en una balanza y junto con la pluma de Maat de contrapeso. Si la balanza se inclina hacia al plato del corazón el alma del difunto es devorada por el monstruo que representa la materia y tendrá que volver a reencarnar para redimir sus malas acciones. Si la pluma de Maat pesa más que el corazón entonces el alma morará en la residencia de los Dioses: el Amenti.
Nosotros en la vida cotidiana también podemos vivir a Maat, cultivar la armonía y la rectitud, ser honestos y justos con los demás y plasmar esa sabiduría universal que yace también en nuestro corazón, para conocernos mejor y ayudar a que reine la justicia en la sociedad en la que vivimos.