En Nueva Acrópolis Barcelona dedicamos el mes de marzo al arte con tres actividades: la conferencia El arte y las emociones, una clase con diferentes exposiciones sobre Esculturas femeninas y un pensaengran dedicado a La creatividad y las musas.
En la primera actividad se estudió la relación que existe entre el arte y las emociones, tanto por parte de la figura del artista como de quien percibe la obra. Se planteó quién de nosotros, escuchando una música o conmovidos por un poema, una danza, un cuadro o una escultura, no hemos soñado alguna vez poder escuchar esas músicas que oyen los músicos, ver lo que ven los poetas o sentir como los grandes bailarines y los escultores, a los que veneramos y hacia los que sentimos gratitud por tanto como nos han dado con las obras que nos han dejado, y que nos han permitido elevarnos por encima de la rutina de lo cotidiano, así como sentir que la vida es mucho más inmensa, bella, mágica y sublime.
Los seres humanos buscamos aquellas verdades o principios que son eternos; por eso nos sentimos filósofos, y una de las vías que tenemos, no solo para equilibrar nuestras emociones, sino para despertar y desarrollar la imaginación y la intuición, es el arte.
Con la música, que es la disciplina que más afecta a las emociones, podemos llegar a sentirlas emociones adecuadas para el ser humano y para cada ocasión.
Está demostrado que determinado tipo de música equilibra el ritmo cardiaco, la respiración, despierta la sensibilidad emocional, desarrolla la memoria, la imaginación, reduce el estrés y activa el sistema inmunológico. Son bien conocidos los experimentos con resultados “milagrosos” que hace la música con personas con Alzheimer.
Ahora bien, ¿qué es lo que nos hace decir que una obra de arte es bella y nos resulta agradable o no lo es? Cuando responde a esas mismas leyes que rigen el mundo de las formas con las que está construido nuestro universo: cuando tiene ritmo, cuando tiene equilibrio y tiene proporción.
Todas las artes aspiran a la condición de música, por eso se dice que la arquitectura es música congelada, que la escultura es música muda y que la poesía es música en verso…
Otro objeto de reflexión fue qué hace al artista serlo. Una pregunta muy frecuente y cuya conclusión fue que no basta con saber a la perfección una técnica, se necesita la inspiración de la musa. Por eso, una obra se convierte en una obra de arte cuando reúne técnica, talento y el genio o la inspiración.
Y, por otro lado, estamos quienes percibimos las obras de arte. Nuestra capacidad de percibir el arte no depende de lo que nos rodea, depende de nuestra apertura interior. Sin embargo, con el ritmo de vida actual a veces resulta un poco complicado disfrutar de una obra de arte y, por otro lado, no tenemos una amplia educación estética. ¿Cómo podemos ampliar nuestra sensibilidad estética?
Solo hay que pararse unos minutos al día y mirar y observar, aprender a admirar y a ver la belleza escondida en las pequeñas cosas…
El arte nos enseña a vivir, porque viendo a dónde les lleva a los artistas, sus aciertos y sus debilidades en la vida, podemos aprender de su experiencia por comprensión sin necesidad de pasar por el mismo dolor.
Al fin y al cabo, ¿cuál es la verdadera finalidad del arte? Que nos convirtamos en artistas de nuestra propia obra de arte, que somos nosotros mismos…
Con esta conclusión finalizó este magnífico taller donde pudimos disfrutar de ballets, pinturas, esculturas, poemas, música…, un repaso por diferentes manifestaciones del arte que convirtieron una tarde de viernes en una delicia, una tarde llena de armonía y motivación.